LARGO PASEO POR EL CAMPO


Al despuntar el día
cuando el sol a la noche despedía
y el cielo en la mañana
traslucía el cristal de mi ventana,
decidí levantarme de la cama
a esa hora tan temprana,
dispuesto a recorrer el amplio monte
que desde mi ventana se divisa.
Tras vestirme, azorado, a toda prisa
y ojear un instante el horizonte
con un desvencijado catalejo,
tomé un viejo sombrero toledano
y con sumo cuidado
mirándome al espejo
lo ajusté en mi cabeza con la mano.
Asido al mango curvo de un cayado,
y repleto de viandas el morral,
partí con paso alegre y descuidado
saliendo hacia el corral
a recorrer los campos y fresnedas,
senderos y veredas,
a sortear los valles y caminos
acotados por viejos encinares
y por leñosos pinos
que pueblan estos lares.
Me dirigí firme y con paso lento
por un viejo camino ceniciento
hacia la antigua ermita
donde el tiempo parece que dormita
y juega al escondite detenido.
Una alondra en su nido
me miraba aburrida y asustada,
yo también la miré sin decir nada.
Con denodado celo
y mirando hacia el cielo
me topé ensimismado
con un conjunto de aves revoltosas
que jugaban alegres y dichosas
yendo de uno a otro lado
junto a un campo plagado de ababoles
rojizos como soles
cuyos tallos altivos y delgados
movidos por el viento
danzaban en copioso movimiento.
Que belleza, la ermita se mostraba
con todo su esplendor. Bellos vitrales
lucían en los arcos adosados
y una Virgen parece que miraba
a través de uno de los dos cristales
hacia uno y otro lado.
Junto a la pétrea fuente
que emanaba agua pura y cristalina
lucía un banco de pizarra fina,
me senté en él y vi que justo en frente
había un bello rosal,
una abejita golosa libaba
el néctar de una rosa.
Sacando del morral
un pedazo de queso que llevaba,
el vino, el pan y alguna que otra cosa
comencé poco a poco a hincar el diente
a las humildes viandas que portaba.
¡Qué tranquilo!..¡Qué paz!…Qué bien estaba
con mi soledad lejos de la gente.
Era una bendición
respirar el aroma de retamas,
de romeros aliagas y tomillo
escuchando el cri-cri, el viejo son,
del cantar entonado de algún grillo
oculto entre las ramas.
¡Qué bello estaba el monte!
Con qué gracia y donaire se mostraba
repleto de verdura,
cubriendo el horizonte
de mágico frescor y de hermosura.
Y la Madre Natura
ataviada con sus mejores galas
lozana se exhibía
a esas horas del día.
De pronto se escuchó un batir de alas
e, irguiendo al pronto, alegre, la cabeza
contemplé la belleza
y el piar de unos bellos pajarillos
dorados y amarillos
que en bullicio y en gracia competían
con el cri-cri aserrado de los grillos.
Continué caminando por el monte
llegando hasta el mismísimo horizonte.
El sol ya declinaba
y en un collado, presto, se ocultaba
cuando opté volver
casi sin poder ver
el suelo que pisaba.
Pero alegre y risueño regresaba
pues quería llegar
a mi casa, tumbarme y relajado
gozar con unas coplas de Machado.

Jesús Angel Bordonaba.

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